‘Adolescencia’: violencia juvenil gestada en silencio

La miniserie Adolescencia, estrenada recientemente en Netflix, parte de una inquietante premisa: ¿Qué ocurre en la mente de un niño de 13 años capaz de cometer un crimen brutal?¿Qué grietas en su educación, en su relación con los compañeros, en su mundo interior, han pasado desapercibidas para los maestros y familiares?

En cuatro episodios de una hora, y con la intensidad narrativa de un plano secuencia por capítulo, la serie nos sumerge en el antes y el después de un hecho violento protagonizado por un adolescente, y en las consecuencias devastadoras que arrastra para él y para su familia. Aunque no se basa en un caso real concreto, sus creadores han reconocido que se inspira en hechos reales. Y eso se nota.

Adolescencia funciona como un espejo incómodo de nuestro tiempo. Su éxito no radica en una trama llena de giros ni en un suspense trepidante, sino en la capacidad de trasladar al espectador a un escenario tan verosímil como perturbador: el submundo de los traumas y desajustes que experimentan los jóvenes cuando no tienen un agarradero familiar o un referente claro en sus vidas. Es algo que estamos viviendo cada día, y que la serie muestra en su tenue crueldad para decirnos que no podemos mirar hacia otro lado, amparados en la distancia que ofrece la ficción, porque lo que cuenta está demasiado cerca de nosotros. 

En este sentido, la serie no profundiza en los temas —difícil hacerlo en solo cuatro capítulos—, pero sí que plantea grandes cuestiones que resuenan con fuerza en el espectador tras el visionado del último capítulo: ¿Qué sentido tiene la vida para nuestros hijos? ¿Quién los está educando realmente? ¿Cómo influyen en ellos las redes sociales, los influencers, los foros de la “manosfera” o la pornografía explícita y directa? ¿Qué imagen del amor, de la ternura y de las relaciones afectivo-sexuales están creciendo en ellos cuando la angustia y la desazón dominan su entorno…? ¿Cuál es el papel de los padres en todo esto? ¿Y el de los maestros?

La serie aborda, de forma contenida pero incisiva, cuestiones cruciales: el bullying, la construcción de la identidad juvenil, la masculinidad tóxica, la adicción a las pantallas, la desinformación, la falta de referentes… con especial atención a la fragilidad de las relaciones familiares. Porque no todo sucede en las redes o en los institutos: también hay silencios y ceguera en casa

Sobrevolando toda la serie, se aprecia una cuestión clave, que es la crisis de identidad masculina y la radicalización de los adolescentes en búsqueda de un lugar en esta identidad.

Dicho esto, vale la pena tener en cuenta algunas claves de lectura, que aparecen dispersas y como sobreentendidas cuando no son habituales en nuestra cultura. A saber:

  1. La regla 80/20: se refiere a una teoría difundida en foros juveniles anglosajones que dice que el 80% de las mujeres solo se sienten atraídas por el 20% de hombres. Y este es el primer motivo de frustración de los chicos. Esto, en un mundo donde la imagen tiene mucha importancia –y en la serie se remarca a dónde nos lleva este camino– implica una fuerte exclusión social.
  2. El concepto de “incel”, que en inglés significa “célibes involuntarios”, chicos que se ven frustrados en sus relaciones afectivas y sus deseos sexuales por la indiferencia de las chicas, empoderadas –así lo juzgan ellos– en una sociedad que privilegia a las mujeres. 
  3. “Manosfera”: de la composición de “man” (hombre) y “sphere” (esfera). Una red de sitios web, redes sociales, foros, etc., que nace como reacción al feminismo radical y que se ha decantado hacia la misoginia. Para ellos es muy importante el concepto de la “píldora roja”, tomada de la película The Matrix, y que viene a ser “la verdad” sobre las dinámicas de género, a la que se despiertan estos grupos.

Junto a estos conceptos, destaca otro tema en clara referencia a los adultos: la cuestión de los valores –o la ausencia de ellos– que caracteriza el mundo de la educación en el colegio y en casa, sobre todo en un contexto de vida individual, en el que Internet ha posibilitado el acceso descontrolado a contenidos de alta carga sexual y de violencia.

Paralelamente a su línea temática, otro de los grandes aciertos de la serie es su estilo visual. Cada episodio se presenta como un único plano secuencia, sin cortes. Y no es solo una elección estética: este tipo de realización crea una sensación de inmediatez y de encierro, de imposibilidad de escapar a lo que estamos viendo. Nos obliga a mirar, a seguir adelante, incluso cuando lo que vemos nos incomoda. Y lo hace con una interpretación sobresaliente del joven debutante Owen Cooper (Jamie) y Stephen Graham (su padre), en uno de los papeles más contenidos y conmovedores de su carrera.

Adolescencia no pretende dar respuestas fáciles. No moraliza, no señala culpables. Presenta una realidad compleja, entrelazada, y nos invita –casi nos obliga– a pensar. A pensar en qué mundo están creciendo nuestros hijos, qué mensajes consumen, quién los acompaña y quién no. A pensar, en definitiva, en lo frágil que puede llegar a ser la adolescencia… y en la dureza que puede albergar cuando no se la escucha.

No es una serie fácil. Pero es una serie necesaria.

Un comentario

  1. Yo la he visto, y coincido en todo lo dicho en esta critica, aunque algunos profesores y maestros, además de psicólogos, creen estar enterados de estos problemas, pienso que ellos y los padres deben verla.

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