‘Septiembre 5’: el dilema entre informar o proteger

Olimpiadas de Munich, 5 de septiembre de 1972. Mientras todos los atletas duermen, un grupo armado irrumpe en la Villa olímpica y secuestra a los componentes del equipo israelí. De la noche a la mañana la fiesta y el deporte son abruptamente sustituidos por la angustia y el horror. El grupo resulta ser parte de Septiembre Negro, la organización terrorista palestina creada en 1970 y responsable del asesinato del primer ministro de Jordania en noviembre de 1971. Ahora, diez meses después, han secuestrado dos apartamentos israelíes y exigen la liberación de 234 presos palestinos. Lo que debía ser una nueva jornada de éxitos deportivos se convierte en uno de los capítulos más oscuros de la historia contemporánea. Y, en paralelo, se gesta también una transformación histórica en la forma de hacer periodismo televisivo.

Ese es el marco real —y profundamente trágico— que reconstruye con pulso firme Septiembre 5, del desconocido director suizo Tim Fehlbaum. Una película breve (apenas 90 minutos) pero de una densidad narrativa apabullante, que se suma con honores al género cinematográfico de periodistas.

Fehlbaum opta por una puesta en escena sobria, casi claustrofóbica. Porque el filme no nos muestra la acción en la villa olímpica, sino la tensión entre cables, focos y decisiones editoriales en el set improvisado de la cadena ABC Sports. Apenas salimos del estudio, lo que incrementa la sensación de angustia. El guion, firmado por Fehlbaum junto a Moritz Binder y Alex David, dosifica la tensión con maestría: cada nueva actualización, cada falsa alarma, cada decisión que se retrasa, se siente como un golpe seco en el estómago. La cámara, inquieta pero precisa, respira al ritmo del desconcierto de los personajes. 

Por otra parte, la ambientación de época es impecable. En la era de internet y del vídeo digital, a muchos les sorprenderá ver cómo se editaban entonces las películas analógicas: con la moviola, cinta adhesiva y cemento fílmico; y cómo se conseguían fotos de los secuestrados: acudiendo a la Guía de la Olimpiadas, haciendo fotos sobre los rostros y revelando el carrete en la cámara oscura, con el líquido revelador y el fijador, y secándolas luego colgadas de una pinza. Y todo ello en cuestión de minutos.

La zozobra de estos personajes llena toda la trama. Porque el equipo de reporteros estaba preparado para retransmitir unos Juegos, no para improvisar la cobertura de un secuestro de consecuencias políticas imprevisibles, y además para todo el mundo: 900 millones de personas vieron sus imágenes en directo. Geoff Mason (John Magaro), joven productor ambicioso, es el hilo conductor de esta odisea periodística, y a él le corresponde tomar las decisiones clave. Le acompañan su mentor Marvin Bader (Ben Chaplin), el veterano directivo de ABC Sports Roone Arledge (Peter Sarsgaard), y la traductora alemana Marianne Gebhardt (Leonie Benesch), que se convierte en pieza clave en medio del caos. Todos ellos encarnan el desafío de informar cuando la línea entre la noticia y la tragedia se difumina.

Porque lo más interesante del filme no es la épica de aquel trabajo taquicárdico, sino los grandes dilemas éticos que plantea. ¿Qué debe mostrar un periodista, en medio de una crisis violenta, cuando la está presenciando todo el mundo? ¿Puede mostrar, ante los propios padres de los atletas, cómo mueren sus hijos, cómo son torturados o violentados? ¿Hasta dónde debe informar? ¿Cuándo la verdad se convierte en espectáculo? Y, a la vez, ¿hasta qué punto la cobertura en directo puede ayudar a los secuestradores y dificultar, en cambio, la acción de la policía? 

Geoff Mason —y con él el espectador— se enfrenta a decisiones incómodas: emitir o no imágenes delicadas, dar voz a rumores que podrían no ser ciertos (pero que el afán de “ser los primeros” puede impulsar a publicar sin haberlos confirmado…). ¿Qué debe priorizar el periodista, el interés de la audiencia o el rigor y la prudencia? No hay respuestas fáciles. El guion no juzga, pero deja planteadas todas las preguntas… Sin  duda, una buena película para cine-forum.

En cierto modo, lo que vivieron los profesionales de la ABC aquel día marcó un punto de inflexión: la información en directo, con todo lo que implica, llegó para quedarse. Y también una nueva forma de hacer periodismo, en la que el reportero no solo observa, sino que también se ve arrastrado —moral y emocionalmente— por la historia que narra. En este sentido, es encomiable el trabajo de los actores protagonistas, que muestran con maestría esos dilemas, sin necesidad de que sepamos —ni hay tiempo, ni el guion lo pretende— la historia personal de cada uno.

Septiembre 5 no busca glorificar a los periodistas, ni alimentar la nostalgia de una televisión “más pura”. Su propuesta es otra: recordarnos que detrás de cada noticia hay personas tomando decisiones complejas. Que la ética no es una asignatura teórica, sino una brújula que se pone a prueba bajo presión. Y que, a veces, el precio de informar puede ser altísimo… pero también profundamente humano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *